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Capitulo SeptimoSalvaré la bandera
No recuerdo más hasta que despierto al día siguiente entre agudos dolores. Cuando estoy lo suficientemente despierto, me animo a incorporarme y entonces se me viene el mundo encima al comprobar que mis pies se han convertido en una masa sanguinolenta llena de moscas y hormigas. Intento incorporarme mas para espantar los insectos, pero me siento demasiado débil. Las lágrimas resbalan nuevamente por mi cara.
Algo después veo entrar a Yaseff que viene provisto de un cuenco con comida y un jarro de agua.
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Yaseff se marcha y yo me lanzo a devorar la comida, una especie de gachas que no reparo en saber qué es y me bebo todo el agua. No estoy atado, pero no es necesario; tengo el cuerpo tan maltrecho que no podría volver a escaparme. Sin embargo, en mi mente vuelve a encenderse la idea de largarme de allí, sea como sea, aunque tenga que arrastrarme como una serpiente.
Una hora mas tarde vuelve Yaseff y me trae agua y un pantalón viejo, aunque limpio. Me lava las trituradas plantas y corta el pantalón en tiras a modo de vendas, cubriéndome las heridas hasta los tobillos. Paso un mal rato por el dolor que me produce, pero se lo agradezco y le pido que no me deje. Es el único contacto con los demás; tengo que convencerlo, que me crea y que hable en mi nombre con Ahmed, pero quizás por miedo o por la influencia de sus compañeros y de su jefe, sigue sin creerme.
Pasan varios días mas y, aunque me recupero un poco de los daños sufridos, el dolor de los pies y del costado sigue latente y no me deja apenas dormir.
Una noche, algo ocurre que rompe la calma de que disfrutan los hombres de Ahmed. Llega un viejo Land-Rover a toda velocidad y para ante el edificio principal embutido en una nube de polvo. Alguien sale del vehículo y entra corriendo. Unos minutos después aparece uno de los suboficiales y toca un silbato insistentemente. Se
La caravana de tres vehículos se pone en movimiento y envuelta en una inmensa polvareda se marcha con un gran estruendo. El silencio se va apoderando poco a poco de la noche y la sombra del polvo levantado se va perdiendo bajo la tenue luz plateada de la luna.
Solo veo un hombre en la puerta del edificio principal. Calculo que habrán quedado pocos soldados en el campamento, lo que podría ofrecerme una buena oportunidad para volver a fugarme, pero claro, ¿Cómo?, con los pies destrozados es imposible, así que comienzo a darle vueltas a mis posibilidades y llego a la conclusión de que no hay salida. Solo me queda esperar si por una ironía del destino llega la oportunidad.
Al amanecer del día siguiente me dedico a hacer recuento de los habitantes del poblado, recordando mentalmente sus rasgos. Estaba en lo cierto, solo cuento en toda la mañana a cinco hombres y tres mujeres; estas se dedican a las tareas de lavar y preparar esas gachas que me dan por comida que seguro es lo que comen todos aquí, porque no hay otra cosa en este maldito sitio: polvo, desierto y matojos con pinchos.
De vez en cuando pasa alguna de estas mujeres cerca de donde me encuentro, cargada con un cántaro o un bidón de agua. Me miran de reojo y yo las saludo muy cortésmente, como si estuviera sentado en una terraza en calle Larios tomando tranquilamente un café. Ellas, aceleran el paso y disimulan. Todas son mayores, o lo parecen, porque con las vestimentas negras y un pañuelo cubriéndole la cabeza es difícil acertar su edad.
Opto por quejarme constantemente, pidiendo ayuda y a veces aullando como un perro para que crean que estoy delirando o muriéndome. Al contrario de esto, me voy recuperando poco a poco al menos de los golpes recibidos, aunque los pies me preocupan, porque me supuran sus heridas constantemente, lo que significa que están infectadas y que tarde o temprano terminarán gangrenándose.
Por la tarde, poco antes de anochecer, vuelve el Land-Rover conducido por el suboficial que me visitó antes de irse todos. Para delante del edificio y entra. La parte trasera del vehículo está cargada de cajas de cartón y de madera, al parecer son suministros. Los soldados salen y se apresuran a descargarlo todo. Veo cajas de munición, latas de comida, botellas de licor y algunos sacos de arroz. Las mujeres acuden también pero el tipo que lleva los sacos de grano les grita e intenta darles una patada. Entonces el suboficial sale con una larga vara y
El vehículo se marcha después de descargar la mercancía y vuelve ya entrada la noche, parando en la puerta su conductor y entrando a la casa. Pero hay un detalle que se me ha escapado y no acierto a descubrir. Doy vueltas y vueltas al asunto y no puedo quitármelo de la cabeza. Hasta que una hora mas tarde se me enciende la bombilla. ¡Coño! Es verdad, ¿Cómo no me he dado cuenta antes?. El tío este no se lleva las llaves del Land-Rover, por lo que deben estar puestas.
Ahora si que mi cabeza da vueltas, mi ritmo cardiaco se dispara y la adrenalina se pone en marcha. Podría llegar hasta el coche y largarme de aquí. Son cuarenta metros hasta allí. Subir, comprobar que está la llave, arrancar el motor y meter primera…..Espera, espera, hay que estudiarlo con calma.
Así paso casi otra hora, estudiando paso a paso mi plan de evasión. Dentro de la casa se oyen voces y risas, por lo que está claro que las botellas de licor las han empezado. Con lo que me queda del pantalón limpio corto tiras y me vendo los pies de nuevo. Con las tiras viejas me lo envuelvo todo otra vez anudándolas bien, lo que me causa unos dolores horribles. Me acerco hasta la puerta caminando a gatas y empujo la puerta. Está abierta como supuse. Busco entre los palos que hay apoyados en la choza alguno que me sirva de muleta o bastón y encuentro uno que puede ser usado para tal fin. Me incorporo poco a poco y me muerdo la lengua para no gritar de dolor, pero finalmente consigo ponerme en pie. Doy varios pasos tambaleándome y me paro a recuperar el resuello.
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Él me dijo que ya no caminaría más. Podría verme ahora. Sigo caminando muy despacio y atento a mi alrededor. Solo se escuchan las voces de los soldados, que ríen y cantan. La poca luz que hay es la que sale por las ventanas, no hay luna, por lo que camino formando un arco para colocarme tras la sombra de una de las columnas del porche, así llego hasta el vehículo y me agarro a él. Pongo la muleta en la parte trasera con cuidado de no hacer ningún ruido y lo bordeo hasta la puerta del conductor. La cerradura es un alambre que sujeta la puerta mediante un perno. La abro muy despacio y me voy deslizando al interior como una serpiente. No se ve mucho, pero no veo la llave. A tientas busco por todo el salpicadero sin resultado. Encuentro en una repisa una hebilla de cinturón, lo dejo en su sitio. Compruebo que la palanca del cambio de marchas está en punto muerto; tiene una holgura del demonio, este cacharro tendrá más años que mi abuela. Piso el embrague y me sujeto al volante porque el dolor es insoportable.
¿Y si no usa llave?, no sé hacer un puente, así que si no tengo cojones de ponerlo en marcha no voy a salir de aquí. Debo saber para que sirven los botones del salpicadero, pero no veo nada,
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Me hace falta una linterna, un mechero o…¡La hebilla!. La cojo y la uso como un espejo para reflejar la poca luz que llega desde la casa. ¡Ahora si!, encuentro un botón que pone: "Start engine”. Bien, valor y al toro…
Aunque hace frío y apenas llevo una túnica de tela muy fina, el sudor me recorre la frente, tengo un nudo en el estómago y tiemblo como un flan. Cuento hacia atrás, tres……dos…..uno….¡cero!. Aprieto el botón y piso el acelerador. El Land-Rover tose y se sacude unos segundos hasta que al final el motor ruge y petardea. Engrano la primera velocidad y suelto el embrague. El vehículo da un tirón fuerte y se para el motor. El corazón se me sale por la boca, con un ataque de nervios de infarto vuelvo a pisar el embrague y pulso el botón de arranque. El
Después de conducir durante unos veinte minutos reduzco la velocidad y al final me paro. Tengo que componer un plan, no sé a donde voy, a donde me lleva este camino, Si en el poblado tienen radio y han comunicado mi fuga, así que busco un lugar llano y me salgo del camino.
Espero que al amanecer se puedan divisar las montañas donde están mis compañeros. Me entretengo en inspeccionar el vehículo a tientas para ver que encuentro que me ayude, como un mapa o un arma. En el hueco de la guantera, que ha perdido la puerta, no encuentro nada que sirva. Debajo del sillón del copiloto hay unas botas viejas que no me sirven tampoco porque son pequeñas. En la parte de atrás hay varias cajas de madera bajo los asientos. Abro una y encuentro munición que creo, por el tamaño, que son proyectiles del 7.62 encintados. La segunda caja más de lo mismo. La tercera, la mas grande y larga, contiene algo que me alegra la vida, una vieja ametralladora MG-42. Por el tacto veo que no ha tenido mantenimiento desde ya hace bastante tiempo, pero si dispara, me hará un rey si la cosa se pone difícil. También encuentro algunos trapos viejos, un bidón con gas-oil y otro con agua.
Me duelen tanto los pies que decido esperar a que amanezca tumbado en los asientos. En el silencio de la noche cualquier cosa que se acerque me alertará, así que espero no dormirme profundamente, aunque no estoy para quedarme frito, porque mi estado de nervios está desquiciado. Me intento relajar todo lo posible y ordenar mis ideas, lo pasado y los que aún queda por pasar, pero entonces me acuerdo de una cosa que me eriza los pelos. ¡LA BANDERA!. No, no, no, no, ¡NO!...... No me puedo ir y dejar la bandera de la unidad en manos de esos cafres. Tengo que recuperarla. Es mi deber, soy el responsable de ella. Después de lo que he pasado por defenderla no la puedo abandonar, es nuestra bandera.
¿Cómo voy a relajarme, a descansar con esto en la cabeza? Oh Dios, la bandera….Si busco al
Tanto le doy vueltas a la cabeza que sin darme cuenta paso toda la noche en vela y cuando miro hacia oriente veo las primeras trazas del alba.
En cuanto hay suficiente luz desmonto la MG y la engraso utilizando el gas-oil y un trapo viejo. Junto a la caja de la ametralladora hay un tubo metálico que sirve de soporte para sujetarla al vehículo en el centro justo detrás de los sillones delanteros.
Al cabo de una media hora ya tengo la MG-42 montada en su soporte y armada con munición. Solo hace falta que funcione. Utilizo el tizne del tubo de escape para pintarme la cara de negro y me lío uno de los trapos a la cabeza, intentando tener el aspecto de uno de ellos.
Todo listo, ahora me entretengo en arreglarme un poco mejor las vendas de los pies. El día se presenta duro y hay que aguantar el tirón. Solo queda una cosa, me coloco de rodillas en el sillón del conductor y tiro hacia atrás de la palanca de montar de la ametralladora, apunto al horizonte y disparo. La MG escupe una ráfaga de proyectiles indicándome que está en plena forma para la fiesta, así que me siento ante el volante y sigo mis huellas en dirección al poblado.
A lo lejos se ven las viviendas, me acerco con determinación, sin pensármelo, quiero pillarlos desprevenidos.
Del edificio principal salen dos hombres que se quedan parados sorprendidos ante mi presencia. Paso de largo atravesando el poblado formando una gran polvareda y paro a unos cincuenta metros. Me vuelvo a poner de rodillas en el sillón y apunto esperando que alguien se acerque. Cuando el polvo se empieza a disipar, veo a cuatro hombres armados que están parados en la esquina de la gran casa.
Mi intención es buscar todo aquello que me sirva para huir de allí, además de la bandera, claro. En el salón principal encuentro varias armas, AK 47, un antiguo rifle springfield de cerrojo y una pistola browning de 9 mm. Esta última me la guardo en el bolsillo después de comprobar que tiene munición en el cargador. En la mesa grande donde despachaba sus asuntos el jefe, encuentro un mapa muy viejo y mi walkie roto. Paso a un dormitorio grande donde encuentro una caja de madera con el símbolo de la Cruz Roja. Al abrirla compruebo que está llena de material sanitario. Estos cabrones se lo guardaban y no me han curado los pies, y en la caja hay de todo, que hijos de puta. Hay ropa en un viejo armario y busco algo que me sirva para ponerme bajo la túnica que llevo. Encuentro unos pantalones que pueden servir. Me siento en uno de los camastros y saco de la caja de la Cruz Roja varios rollos de vendas, pomada para quemaduras, gasas y varios rollos de cinta adhesiva. Al quitarme los trapos que me cubren los pies me encuentro un panorama desolador. Las ampollas de pus están reventadas y sangran por el esfuerzo realizado en la huida. Siento punzadas y mucho calor en las plantas. Los dedos están pegados por una costra seca.
Con una jarra de agua y algunas gasas me lavo todo lo que está mal y lo cubro con la pomada que contiene antibiótico y lo envuelvo con las vendas. Lo hago lo mejor que puedo, el dolor es ya tan familiar que podría decir que casi no me molesta. Me ato una especie de chanclas que encuentro, para no pisar el suelo con los pies vendados.
Me dirijo a la cocina para buscar algo que llevarme a la boca y al entrar me encuentro que este atajo de bestias ha usado la bandera de mi unidad como mantel sobre una mesa roñosa y destartalada. La quito de un tirón, lanzando todos los cacharros que hay encima hacia todas direcciones.
Ya la tengo, me la han manchado y está algo deshilachada por una esquina pero ya está en mis manos. La doblo en diagonal y me la sujeto anudándola alrededor del cuello como un pañuelo.
Encuentro algo de queso y arroz cocido y me como todo lo que puedo llevándomelo a la boca con las manos y me guardo un trozo de queso en un bolsillo.
Vuelvo al salón y extiendo el mapa sobre la mesa, buscando una referencia que me indique donde me encuentro y compruebo que no estoy muy lejos de donde se encuentran mis compañeros, así que es cuestión de salir corriendo en busca de ellos y creo que ya estoy preparado para hacerlo.
Al salir al porche veo una columna de polvo en el horizonte, una señal ya familiar. Vienen hacia aquí, o vuelven de una misión o estos mamones les han avisado de mis andanzas, así que hay que moverse rápido. Me dirijo al Land-Rover y lo pongo en marcha, giro en la rotonda y escapo a toda pastilla por un camino unos noventa grados de la dirección por la que se aproxima la polvareda, pero este comienza a curvarse y acercarse cada vez mas hasta que compruebo que es el mismo camino y que voy a su encuentro.
No hay salida. Si saben que soy yo, me cazarán, pero si no lo saben y los sorprendo me cruzaré con ellos y huiré en dirección contraria. Me la juego a cara o cruz, así que ¡a por ellos!
De cara viene una caravana compuesta por tres camiones y un todo-terreno Toyota con cajón, que al aproximarme comienza a pararse. Los hombres que van en las bateas me saludan alzando los brazos, por lo que imagino que no se esperan que yo sea el prisionero, así que les devuelvo el saludo y acelero aún mas.
Casi los he alcanzado cuando los vehículos se paran y varios hombres se apean, pero se quedan paralizados al comprobar que yo no reduzco la velocidad. Los alcanzo y me cruzo con ellos invadiendo el árido campo y haciendo bambolearse el Land-Rover como una barca de pesca en día de temporal. Quedan tan sorprendidos que no reaccionan y yo aprovecho esos segundos de oro para volver al camino y acelerar a fondo.
Cuando me encuentro a unos trescientos metros, siento los tremendos impactos en el vehículo de los disparos que me hacen desde el Toyota con una ametralladora pesada. La huida se convierte en una carrera sin control perdiendo casi toda la carga de detrás, la MG 42 me golpea dos veces en la cabeza al girar sobre su soporte y saltan desconchones de pintura y esquirlas de metal cada vez que una de aquellas balas alcanzan el destartalado trasto con ruedas.
Al final, la distancia es suficiente para que ellos desistan de dispararme más y empiezo a aminorar un poco la marcha para no matarme en un accidente por aquel pedregoso y polvoriento camino.
¡Ya la liamos! No sé como pero una de las ruedas traseras está pinchada, lo noto porque a cada bache toca la llanta en el suelo escuchándose un "clonc” y empieza a "culear”, pero no quiero parar porque después de la paliza que le estoy dando a este cacharro vaya a ser que no quiera volver a arrancar, así que mantengo una velocidad prudente y me dirijo hacia las estribaciones montañosas donde se encuentran mis compañeros.
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- Molte grazie, sono molto grato.(Muchas
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Este trasto cada vez anda menos y llevo unos minutos viendo una polvareda que se acerca poco a poco tras de mi. Me faltan escasos kilómetros para llegar a las estribaciones de la cadena montañosa donde está el punto de extracción. Creo que ya es cuestión de minutos alcanzar una zona donde poder defenderme y contactar con mi equipo.
A lo lejos veo la silueta de dos helicópteros, es posible que sean ellos y este camino me lleva en su dirección.
Me están disparando otra vez. Aún están lejos pero no tardarán en darme alcance.
Cuando el camino empieza a subir, aprovecho la altura a la que estoy para, nada mas pasar una curva cerrada y empinada, buscar un sitio donde parar y me vuelvo encarando la ametralladora, la monto y espero a que el primer vehículo se acerque mas. Cuando lo tengo a unos quinientos metros, abro fuego y alcanzo de lleno mi objetivo. El todo-terreno se para en seco y se hunde en una espesa nube de polvo. De pronto el traqueteo de su "doce setenta” y los proyectiles barriendo el camino mas debajo de mi posición rompen la tranquilidad de aquel paraje. En cuanto el polvo comienza a disiparse, distingo la silueta y vuelvo a disparar. Los hombres que quedan se despliegan escondiéndose en las rocas.
Estoy tan concentrado en mi trabajo que no me doy cuenta que otros vehículos vienen acercándose y me van a complicar la vida, así que vuelvo a ponerme al volante y sigo mi camino.
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El Black hawk se eleva y abandona la zona donde se encuentra el equipo.
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No quiero mirar atrás para no perder la concentración al volante, pero supongo que deben estar muy cerca. La próxima curva bordea el monte y me quitaré de su vista por el momento, al menos no me podrán disparar.
De pronto me sorprende una gran explosión nada mas pasar la curva. El Land- Rover se levanta y gira en el aire dando una voltereta completa hacia la izquierda y se precipita monte abajo dando vueltas de campana entre una gran bola de polvo y piedras. Yo vuelo, ruedo y termino a escasos metros del vehículo tan aturdido y maltrecho que creo que son mis últimos instantes de vida. Todo me da vueltas, intento incorporarme y entonces veo a un hombre en lo alto de un risco. Creo que va vestido con un uniforme como el nuestro, pero no me quedan fuerzas para gritar, voy a perder el sentido. Me desato la bandera del cuello y en un último esfuerzo la levanto con el brazo izquierdo hasta que todo se va apagando, se va silenciando. Se va perdiendo.
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Así me sacaron de aquel país inhóspito, lleno de hambre y muerte. Me llevaron a un hospital en las islas Seichelles. Allí me consiguieron salvar los pies de unas heridas que los propios médicos se sorprendieron. También tenía dos costillas rotas, casi pierdo el bazo, la muñeca fisurada y un sinfín de hematomas y heridas por todo el cuerpo. Tras seis meses me dieron el alta, pero al final me han tenido que operar este y ya mismo me operarán el otro.
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