Una situacion complicada
¡Luz roja!
Tarkus nos grita para avisarnos del inminente salto.
Volamos hacia un pueblo llamado Baidoa situado al oeste de Mogadiscio, en
Somalia. Vamos a realizar una operación de rescate de un periodista italiano
que fue secuestrado hace un mes en la frontera con Etiopía.
El jefe sabe lo arriesgado del asunto y solo ha contado con la sección
Alfa y la Soes. Yo acompaño al comandante con el equipo de radio por satélite.
Seré el último en saltar de los once.
¡Luz verde!, ¡todos fuera!
Saltamos uno detrás de otro rápidamente, sin pararnos,
Tarkus salta delante de mi y yo cierro el grupo.
Al final alguien de la tripulación corta el cable que me
sujeta y me veo liberado. Tengo que pensar rápido, el paracaídas principal no
se ha abierto con el cable, esto quiere decir que no funciona, así que busco la
anilla del paracaídas de emergencias y tiro fuertemente de ella.
Tomo tierra y me apresuro a recoger el paracaídas y esconderlo en unos
matojos espinosos. Todo es plano y despejado, es casi imposible ocultarse en
ningún sitio y decido seguir el camino hacia donde está el resto del equipo.
Pero solo llevo andado unos cien metros cuando en el horizonte aprecio una
columna de polvo que se acerca por el lado opuesto a donde me dirijo. Ha
terminado de amanecer y el día se presenta totalmente despejado y caluroso, el
viento racheado forma remolinos.
Me alerta el ruido de motores y compruebo preocupado que
el polvo lo produce un convoy de vehículos que se aproxima muy rápido. En mis
alrededores no hay donde esconderse y opto por tumbarme en el suelo y quedarme
inmóvil hasta que pasen de largo.
A las órdenes del que grita, todos los hombres comienzan
a caminar paralelamente al camino siguiendo mis huellas. Los tengo a tiro, pero
si abro fuego no tendré tiempo de acabar con todos, son muchos y van armados
con AK 47 y viejos fusiles CETMES. No voy a poder salir de esta, así que no me
queda otra que la vía diplomática.
Al percatarse de mi presencia a menos de cien metros de ellos, me
apuntan y efectúan varios disparos que pasan muy cerca de mí. Todos corren
gritándome y apuntándome hasta que forman un círculo a mi alrededor.
El que grita, que parece ser el jefe del grupo, se acerca
dando grandes voces y gestos con las manos (cosa que no ha dejado de hacer
desde que se bajó del vehículo) y me golpea en el pecho con la culata de su AK,
haciendo que pierda el equilibrio y caiga al suelo. El golpe apenas me duele,
pero el walkie está jodido, emite un tono agudo por el auricular que me obliga
a sacármelo del oído.
Me siguen gritando y me obligan a ponerme de rodillas con
las manos en la nuca. El jefe comienza a despojarme de todo mi equipo a tirones
y golpes, la pistola Sig Sauer, que se guarda en un bolsillo, los cargadores de
mi AK, el walkie, cantimplora, alimento en barritas, botiquín, prismáticos,
etc.
De un bolsillo del chaleco táctico saca la bandera de la
unidad y la despliega, la mira con curiosidad y hace un comentario que no
entiendo, pero el resto ríe a carcajadas enseñándome sus dientes blanquecinos
en unas caras negras como el carbón.
Después de imitar a un animal parecido a una pantera, el
jefe llama a uno de ellos que está más alejado del grupo, alto y muy delgado,
con unas gafas de montura redonda muy viejas, habla con él y este me pregunta
en un inglés casi ininteligible:
- That country you are? (¿de qué pais eres?)
Of the World, i bring peace to the World. (del
mundo, traigo paz al mundo)
El de las gafas le traduce y el jefe no se muestra muy convencido con
mi respuesta.
-American soldier, you are Goin to die. (soldado
americano, tu vas a morir)
- No
american, i am spanish, to spain (no americano, yo soy español, de españa)
- ¿spanish?,
¡no spanish, american! (¿español?, ¡no español, americano!)
-No, i am spanish, to peace soldiers.(no soy español, soldado de
paz)
Me arrea un descomunal golpe en la cabeza con el puño
cerrado que me desequilibra y caigo hacia delante. Me levantan y antes de que
pueda evitarlo me dan otro tremendo golpe en la cara que me hace ver puntitos
blancos. Siento que sangro por la nariz.
-¡American spy, fuck you! (¡espía americano, jódete!)
¡No american!, no sirve de nada cabezones, haced lo que os dé la gana
hijos de puta.
Me vuelven a tumbar a golpes, esta vez me patean entre
varios.
El jefe recoge mi AK 74 táctico del suelo y lo observa
con detenimiento, como si fuese una joya, comparada con sus viejos y oxidados
AK. Habla con otros dos hombres y acto seguido me tiran boca abajo y me atan
las manos a la espalda, me sujetan por los pies y me arrastran así hasta los
camiones. No les importa que hayan piedras o arbustos con espinas, paso por
encima y me araño la cara y las piernas.
Al final llegamos a un pequeño poblado de unas cinco o
seis cabañas y me bajan del camión simplemente dejándome caer y por el mismo
método de antes me arrastran hasta un cobertizo, de donde sacan unas cabras y
me meten dentro.
Por entre las rendijas de las tablas y ramas con las que
está construida la choza veo que queda un hombre de centinela a la puerta, el
resto se dispersa por el poblado. Me doy la vuelta con dificultad. El olor a
excrementos de cabra es penetrante y acido, el suelo está lleno de hormigas que
pronto suben a mi ropa e invaden mi cuerpo clavándome sus mandíbulas con saña.
Intento serenarme y pensar de manera clara, he sobrevivido hasta ahora, que no
es poco, pero tengo el futuro muy negro, esta gente cree que soy americano y
puede que valioso y eso me dé una oportunidad de seguir con vida.
La he liado bien gorda; Tarkus tendrá un cabreo
monumental, he perdido la radio satélite, indispensable para salir de aquí, los
he dejado tirados en medio de la nada y yo metido en un lío del demonio, desde
luego que a veces debería quedarme en mi casa. Ahora lo mas seguro que esta
gente venga de un momento a otro y me pegue un tiro y termine siendo comido por
los buitres. A tomar por culo todo por esta jodida suerte mía. Y no queda ahí
la cosa, porque Tarkus montará una operación de rescate para localizarme y
sacarme de aquí y eso pondrá a los UTAR otra vez en peligro.
Tengo un chichón como un huevo en la cabeza. Me he tenido que romper
algo en la muñeca porque me duele cada vez más. Si no tengo el tabique nasal
roto será un milagro y además me escuecen las rodillas, los muslos, los hombros
y las caderas de los arañazos que me han producido los cafres estos al
arrastrarme.
Veo algo que brilla cerca de mí entre la basura que llena el suelo y
me arrastro hasta aquello comprobando que es un trozo de cristal de una
botella. Me retuerzo tumbado hasta que mis manos consiguen sujetar el astillado
vidrio y a duras penas lo coloco en una posición idónea para poder cortar la
cuerda que me sujeta las manos. Muy despacio voy frotando el filo contra la
atadura y me desespero al comprobar que tras un buen rato apenas he desollado
la capa superficial. No importa, sigo insistiendo.
No sé si llevaré una hora o dos, pero esto no se corta,
me duelen los dedos de sujetar el cristal, pero tengo que seguir, mientras
pienso que es posible que hayan mas trozos en el suelo, así que comienzo a
remover el suelo con los pies mientras insisto en mi tarea.
De pronto empujan la puerta y entra un hombre del que
solo veo al principio su silueta muy delgada, se acerca y me pregunta en un
español muy rudimentario:
-Traigo agua para ti; ¿Eres tu español o espía americano?
-¿Hablas español?; yo soy español, espera no te vayas, ayúdame, no soy
espía americano, soy casco azul español.
-Tú no casco azul; aquí no casco azul hace muchos años.
- Vale, soy
de un equipo de rescate que busca a un periodista italiano.
-¿Periodista italiano?, Tu no italiano!; ¿Porqué tu buscas italiano
rescate?
-Porque él es amigo, Italia y España son amigos. Solo quiero
rescatarlo, no luchar, no soy espía.
-Aquí nadie amigo, aquí guerra larga en tiempo. Italiano en otra
facción no amigos nuestros. Tu equivocar. Mi jefe quiere matarte porque dice tu
eres espía.
- Ayúdame
tío, tú puedes explicarle que yo no quiero luchar, no quiero matar a nadie,
solo rescatar al italiano.
-No quiero tener lío, no quiero…..castigo por hablar contigo.
-¿Dónde aprendiste a hablar español?
-Yo embarqué en barco español atunero. Ellos, la tripulación muy
buenos conmigo, buen trato conmigo, yo muy agradecido.
-Pues devuelve el favor y ayúdame, habla por mí con tu jefe.
-¿Cómo te llamas?
-Juan, ¡Y tú?
-Yaseff, ¿de donde de España eres?
-De Málaga.
-¡Ah, yo amigo en Málaga, amigo de mi padre!; cruzó el mar y ahora
trabaja en construcción. Bueno, veré al jefe y quiere hablar contigo y yo podré
ayudar.
-Gracias Yaseff…
El hombre le da de beber un poco de agua y lo mira con
cara de miedo, después se marcha.
Sigo buscando entre los excrementos de cabra otro trozo
de vidrio que me sirva para cortar mis ataduras. Al final encuentro uno que
parece tener mas filo. Comienzo la difícil maniobra de colocarme encima y
sujetarlo con la punta de los dedos para alcanzar la cuerda.
Un buen rato mas tarde parece que mi insistencia empieza
a dar frutos y siento hilachas sueltas donde, casi con los dedos dormidos, sigo
frotando el cristal.
Nuevamente empujan la puerta y dejo de golpe mi trabajo intentando
disimular. Esta vez entran cuatro hombres no muy diferentes a Yaseff, me
levantan de un tirón, arrastrándome hasta la calle. Seguimos por un camino de
tierra hasta un edificio de ladrillo mal enfoscado y encalado, con un tejado de
chapa ondulada. En la puerta hay un soldado con un CETME muy viejo que al pasar
me mira con indiferencia.
Una vez dentro, me llevan a una sala donde hay un tipo
mejor alimentado que los demás, sentado tras una mesa escritorio. El mobiliario
es espartano, con muebles viejos muy desgastados, decorados con otros dos
soldados armados y con pinta de oficiales.
Me plantan delante del que parece el jefe, el tipo
grueso, que suda copiosamente.
Tras de mi entra Yaseff y se coloca a mi lado; en su cara se lee el
miedo. El gordo empieza a hablar muy rápido como si estuviera cabreado y
quisiera acabar con esto rápido.
Todos miran a Yaseff cuando el jefe termina su charla y
él visiblemente nervioso comienza a traducirme a trompicones:
-Juan, estás en una especie de…
-¿Juicio?
Si, juicio militar. Mi jefe, Adin Ahmed, Dice que eres un espía de los
americanos y serás entregado a nuestro líder el gran señor Mohamed Siadi. El
castigo por espionaje es pena de muerte. Si confiesas tus intenciones al venir
aquí, el señor Ahmed hablará para que te rebajen a cadena…..
…Perpetua. Estáis locos. ¿Cómo podéis hacer esto; un juicio así? Pero…
¿quieres tu que traduzca lo que tu hablas?
No, no…espera. Dile que yo no soy espía, que solo vengo a rescatar a
un periodista. En el mundo civilizado….no, dile que en Europa los periodistas
son respetados y no son….
Juan, el periodista y tú también habéis venido a nuestro país sin
nuestro permiso, nadie os ha llamado. Os metéis en nuestros asuntos y por eso
sois espías.
¡Joder!, sois cabezones.
Tú no entiendes cultura aquí, la política en Somalia es distinta.
Ya lo sé, y no voy a opinar sobre ello porque si no me podrían matar
aquí mismo. Este país se muere de hambre mientras que unos cuantos tiranos
viven a lo grande. Es la misma historia que se repite en muchos países y en
todas las épocas. Vaya mierda de política….
Tendré que traducir…
¡Pues traduce!, si da igual, o me matáis o me encerráis para pedir un
rescate, que será lo mas seguro, porque os dedicáis a eso, ¿no?. Sois
terroristas, mercenarios, traficantes de personas.
El jefe comienza a hablarle a Yaseff imperativamente y él
le da explicaciones, posiblemente de lo que yo estoy diciendo, porque acto
seguido, uno de los soldados que me custodia me propina un culatazo en el
costado que todavía me duele. Me deja sin aire y caigo al suelo retorciéndome
por el dolor.
Adin Ahmed sigue dando voces mientras me arrastran y
golpean brutalmente hasta la choza donde me vuelven a meter.
Sangro por la boca y la nariz. Me duele la cabeza y el
muslo izquierdo, pero el costado me arde como si me quemaran. Calculo que
tendré alguna costilla rota.
Me acurruco en un rincón y me vence el sueño, o es
posible que me desmaye, no lo sé. Perdí la noción del tiempo.
Cuando despierto es de noche, solo oigo perros ladrar.
Hace frío y estoy desnudo; al parecer, mientras dormía me quitaron toda la
ropa. Estoy helado y mastico la tierra que tengo en la boca, que me habrá
entrado cuando me trajeron de vuelta del juicio o cuando me desnudaron. Tirito
y me duele la cabeza horrores. Intento relajarme hasta que vuelvo a dormirme.
Al volver a despertar, el sol ya está alto en el
horizonte; el frío se ha ido y a cambio hace una mañana templada y despejada.
Me cuesta un buen rato desentumecerme e incorporarme. Me sigue doliendo todo,
pero en cuanto puedo me pongo a buscar el trozo de cristal y en cuanto lo encuentro
me dedico a la tarea de frotar las ligaduras.
Al medio día me traen de comer una especie de gachas y un
poco de agua; apenas como algo.
Al caer la noche consigo romper el último tramo de la
cuerda y soltarme. Lo he conseguido. Ahora necesito un plan de escape.
A través de las estacas de la choza compruebo que todos
se retiran a dormir y que nadie ha cerrado la choza, pensando que estoy
demasiado magullado como para escapar.
Sin pensarlo mucho abro la puerta y corro hasta una
empalizada cercana y recojo ropas que están tendidas al relente. Me visto como
puedo y enfilo un sendero para alejarme lo antes posible de allí.
Llevo ya un buen tramo corriendo cuando me meto en una
zona llena de unos matojos llenos de espinos largos y puntiagudos, que al ser
de noche no llego a ver y cuando quiero parar, ya tengo los pies llenos de
afiladas púas.
A duras penas salgo de aquel laberinto y me siento sobre
una gran roca para intentar quitármelas de los pies. Creo que lloro de dolor.
El costado magullado me asfixiaba y los pies, Dios como duele. A oscuras me
palpo las plantas para quitarme de un tirón cada púa.
Paso un rato temblando de frío y de dolor en esta
tarea hasta que oigo gritos a lo lejos y luces que se acercan hacia mí. Han
detectado mi fuga y vienen en mi busca, pero no me encuentro en condiciones de
seguir huyendo o esconderme. No se ve nada y estoy rodeado de aquellas zarzas
asesinas.
Cuando están a unos quinientos metros oigo a un perro
ladrar. Como el perro encuentre mi rastro será inútil intentar la huida. No me
equivoco; el jodido perro se viene derecho hasta mi y se pone a dar vueltas
alrededor ladrando como un maldito delator. No sirve de nada que intente
calmarlo hablándole, está cumpliendo una orden como un soldado.
Mis perseguidores llegan de momento y me vuelven a pegar,
culatazos y patadas, hasta tirarme al suelo. Con una gruesa cuerda me atan las
manos y sin permitirme ponerme de pie, ( aunque no hubiese podido) me arrastran
hasta un camión que se acerca campo a través, esperan a que dé la vuelta
y amarran el otro extremo de la cuerda a la parte trasera. Me llevan de vuelta
hasta el campamento como ya era costumbre, como a un paquete, a rastras.
Por suerte el trayecto es corto y la cantidad de
desollones no ha sido exagerada; sangro por las rodillas, codos, caderas y la
espalda.
Me dejan en medio del poblado; estoy tan dolorido que
apenas siento ya dolor; creo que he entrado en estado de shock. Me desatan y me
levantan. Los hombres que me rodean se separan de mí sin dejar de apuntarme.
Entonces, del edificio principal sale el jefe vistiendo únicamente unos
calzoncillos y una pistola en la mano, y se dirige a mí gritando lo que
seguramente serán insultos. Al llegar hasta mi, monta el arma y me pega el
cañón en la nuca. Me habla con los dientes apretados y jamás he sentido la
muerte tan cerca. Después de unos segundos de duda, opta por darme un fuerte
golpe con el arma en la cabeza que me deja K.O.; caigo al suelo con el mundo
dándome vueltas.
Me llevan nuevamente a rastras hasta un patio trasero del
edificio principal. El suelo está enlosado y aun caliente del sol de la tarde.
Me amarran los pies a sendas cuerdas, pasando estas por una estructura de
madera, a modo de pérgolas, perteneciente a un antiguo tejado. Tiran de ellas
levantándome del suelo, quedando mis pies a algo más de un metro del suelo. La
postura es incómoda; la espalda no descansa totalmente en el suelo.
Me atan las manos y la cuerda la pasan por una argolla de
hierro que hay sujeta al suelo por encima de mi cabeza.
Estoy aterrado; medio inconsciente y tras el susto de
unos minutos antes, la postura a la que me han sometido no me augura nada
bueno.
Mis guardianes, unos cinco o seis soldados, se ríen
constantemente haciendo comentarios entre ellos. Les grito mandándolos al
diablo y entonces dos de ellos se acercan y me patean el culo como el que patea
un balón de fútbol al lanzar un penalti. Otro de ellos se acerca y se orina
encima, mojándome el pecho y la cara; aquello me provoca un escozor en todas
las rozaduras que ya tengo. El sabor cálido y salado de la orina se mezcla con
el de la sangre y la tierra que ya llenan mi boca.
Aquello les divierte tanto que se revuelcan de risa. Así siguen un
buen rato hasta que vuelve a aparecer el jefe y su comitiva. Se plantan a mi
lado e inspeccionan las ataduras que me sujetan.
Entonces aparece un tipo grande y fuerte como un rinoceronte llevando
en la mano un palo de unos sesenta centímetros de largo parecido al mango de
una azada. Me quedo helado cuando compruebo que en uno de sus extremos lleva
enrollado un alambre de espinos laminado, de ese que se clava y se engancha
antes que lo toques.
Adin Ahmed da órdenes y varios soldados salen del patio
mientras otro corta un tramo de cuerda que ha sobrado al atarme los pies.
Alguien trae una escoba vieja y separándome las piernas, me atan con las
cuerdas los extremos a los tobillos, quedando con estas separadas. Mi postura
es muy evidente y el pánico termina apoderándose de mí. No tengo ya apenas
fuerzas para defenderme y finalmente me resigno a esperar lo peor. Las lágrimas
comienzan a correr lentamente por mis sienes.
Cuando aquel tipo grande recibe la orden de comenzar el
castigo, se acerca a mi y lo que en un primer momento es una sorpresa, un
segundo después se convierte en una explosión de dolor tan horrible que quiero
gritar y mi aliento no llega a las cuerdas vocales. Temiendo por mis partes mas
intimas, es un alivio comprobar que aquella maza espinosa tiene por objetivo
las plantas de mis pies. Pero las púas desgarran sin piedad la carne haciéndome
levantar del suelo Aquella bestia de negro parece tener mucha prisa, porque no
deja tiempo entre golpe y golpe, indistintamente a uno o a otro pié, con saña,
con mala leche. Cada golpe es como una descarga eléctrica que me atraviesa el cuerpo
hasta llegarme a la nuca. Tras unos minutos
interminables en los que grito, lloro, me orino encima y araño las losas de
barro cocido hasta astillarme las uñas, Al final pierdo el conocimiento y caigo
en un profundo pozo que da vueltas en mi cabeza.
-Pandilla a pájaro negro.
-Aquí pájaro negro. Completado el lote. Un paquete se ha entregado a
unos cuarenta kilómetros de vuestra posición. Cuadrícula ciento treinta y dos.
- Interrogo
si está en buen estado.
-Creemos que es afirmativo, desplegó el de emergencias.
-Bien Pájaro negro, la pandilla sigue adelante. No tenemos
comunicación satélite. Próxima comunicación según instrucciones vía radio. Tras
cumplir el objetivo intentaremos recuperar el último paquete.
-Recibido Tango uno, suerte y corto.
-¿Ahora que hacemos?
-Está claro que se nos ha jodido la cosa, Beckett, pero lo primero es
cumplir la misión.
-Podíamos ir un par de tíos a buscarlo y…
-No, no. Necesito a todo el equipo para el rescate.
-Si, pero si nos damos prisa y seguimos la dirección en la que cayó….
-No insistas Warlord. Primero el italiano y después buscamos a Doble
J.
-¿Y sin la radio satélite como nos la apañamos?
- En las
instrucciones del plan de rescate hay un punto de extracción y un horario
fijado. Si estamos allí con el italiano y el pájaro se lo lleva, nos puede
traer otra radio y dedicarnos a buscarlo. Fernando, ¿Cuántas baterías de radio
tenemos?
-A dos por cabeza, son diez.
-Bien, pues todas las emisoras apagadas hasta que sea necesario y tu
dejarás la tuya abierta por si Doble J. está lo bastante cerca como para
recibir la señal portadora.
-De acuerdo.
-Espero que haya tenido suerte, Doble J es un tío con recursos y sabrá
salir del trance.
-Suerte perra…
-Bueno, a por el reportero, después buscamos a nuestro hermano y todos
para casa, ya sabéis que no dejo a nadie atrás.