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Capitulo Sexto

Una situacion complicada

¡Luz roja!

   Tarkus nos grita para avisarnos del inminente salto. Volamos hacia un pueblo llamado Baidoa situado al oeste de Mogadiscio, en Somalia. Vamos a realizar una operación de rescate de un periodista italiano que fue secuestrado hace un mes en la frontera con Etiopía.

El jefe sabe lo arriesgado del asunto y solo ha contado con la sección Alfa y la Soes. Yo acompaño al comandante con el equipo de radio por satélite. Seré el último en saltar de los once.

¡Luz verde!, ¡todos fuera!

   Saltamos uno detrás de otro rápidamente, sin pararnos, Tarkus salta delante de mi y yo cierro el grupo. Un segundo después siento un tirón fortísimo que me sujeta al C-130 que nos transportaba. Mi cuerpo se balancea como un muñeco chocando varias veces contra el fuselaje del avión. En uno de los golpes casi pierdo el sentido al golpearme la cabeza. Me la cubro con las manos y en otro golpe me aplasto el antebrazo y la muñeca. No consigo reaccionar a lo que está pasando y empiezo a notar que me falta el aire debido a la presión del viento. Quiero sujetarme a la nave pero no hay nada que me sirva para ello.

   Al final alguien de la tripulación corta el cable que me sujeta y me veo liberado. Tengo que pensar rápido, el paracaídas principal no se ha abierto con el cable, esto quiere decir que no funciona, así que busco la anilla del paracaídas de emergencias y tiro fuertemente de ella.Otro tirón, este al abrirse el paracaídas. Que susto he pasado, por poco no la cuento, que gracioso que siempre me toque a mi el material defectuoso. Voy a escribir a los del libro Guiness de los records para que me apunten. Intento girarme para buscar las siluetas de los paracaídas de mis compañeros pero no  consigo ver nada. Está clareando el día y con la penumbra es difícil distinguir algo en la lejanía. Bajo mis pies me espera una llanura sin fin con muy poca vegetación. Un camino recto que se pierde en el horizonte es la única referencia. A mi derecha, lejos, muy lejos, la cadena de elevaciones montañosas donde se supone que debería haber aterrizado con mis compañeros.

Tomo tierra y me apresuro a recoger el paracaídas y esconderlo en unos matojos espinosos. Todo es plano y despejado, es casi imposible ocultarse en ningún sitio y decido seguir el camino hacia donde está el resto del equipo. Pero solo llevo andado unos cien metros cuando en el horizonte aprecio una columna de polvo que se acerca por el lado opuesto a donde me dirijo. Ha terminado de amanecer y el día se presenta totalmente despejado y caluroso, el viento racheado forma remolinos.

   Me alerta el ruido de motores y compruebo preocupado que el polvo lo produce un convoy de vehículos que se aproxima muy rápido. En mis alrededores no hay donde esconderse y opto por tumbarme en el suelo y quedarme inmóvil hasta que pasen de largo. Pero a unos doscientos metros la caravana de camiones se para y se oyen gritos. Levanto un poco la cabeza y compruebo con horror que con el viento, el paracaídas se ha abierto y está inflado aleteando sujeto a los matorrales. Del grupo de vehículos salen medio centenar de hombres armados que se despliegan por los alrededores atendiendo las órdenes de uno de ellos que les grita con ímpetu. Están buscando mis huellas y parece que no van muy descaminados, porque miran hacia mi posición y uno de ellos señala hacia donde estoy tumbado.

   A las órdenes del que grita, todos los hombres comienzan a caminar paralelamente al camino siguiendo mis huellas. Los tengo a tiro, pero si abro fuego no tendré tiempo de acabar con todos, son muchos y van armados con AK 47 y viejos fusiles CETMES. No voy a poder salir de esta, así que no me queda otra que la vía diplomática.Me levanto rápidamente con las manos en alto gritando ¡SOY AMIGO! ¡SOY AMIGO!.

Al percatarse de mi presencia a menos de cien metros de ellos, me apuntan y efectúan varios disparos que pasan muy cerca de mí. Todos corren gritándome y apuntándome hasta que forman un círculo a mi alrededor.

   El que grita, que parece ser el jefe del grupo, se acerca dando grandes voces y gestos con las manos (cosa que no ha dejado de hacer desde que se bajó del vehículo) y me golpea en el pecho con la culata de su AK, haciendo que pierda el equilibrio y caiga al suelo. El golpe apenas me duele, pero el walkie está jodido, emite un tono agudo por el auricular que me obliga a sacármelo del oído.

   Me siguen gritando y me obligan a ponerme de rodillas con las manos en la nuca. El jefe comienza a despojarme de todo mi equipo a tirones y golpes, la pistola Sig Sauer, que se guarda en un bolsillo, los cargadores de mi AK, el walkie, cantimplora, alimento en barritas, botiquín, prismáticos, etc.

   De un bolsillo del chaleco táctico saca la bandera de la unidad y la despliega, la mira con curiosidad y hace un comentario que no entiendo, pero el resto ríe a carcajadas enseñándome sus dientes blanquecinos en unas caras negras como el carbón.

   Después de imitar a un animal parecido a una pantera, el jefe llama a uno de ellos que está más alejado del grupo, alto y muy delgado, con unas gafas de montura redonda muy viejas, habla con él y este me pregunta en un inglés casi ininteligible:

-  That country you are? (¿de qué pais eres?)

Of the World, i bring peace to the World. (del mundo, traigo paz al mundo)

El de las gafas le traduce y el jefe no se muestra muy convencido con mi respuesta.

-American soldier, you are Goin  to die. (soldado americano, tu vas a morir)

- No american, i am spanish, to spain (no americano, yo soy español, de españa)

- ¿spanish?, ¡no spanish, american! (¿español?, ¡no español, americano!)

-No, i am spanish, to peace  soldiers.(no soy español, soldado de paz)

   Me arrea un descomunal golpe en la cabeza con el puño cerrado que me desequilibra y caigo hacia delante. Me levantan y antes de que pueda evitarlo me dan otro tremendo golpe en la cara que me hace ver puntitos blancos. Siento que sangro por la nariz.

-¡American spy, fuck you! (¡espía americano, jódete!)

¡No american!, no sirve de nada cabezones, haced lo que os dé la gana hijos de puta.

   Me vuelven a tumbar a golpes, esta vez me patean entre varios.

   El jefe recoge mi AK 74 táctico del suelo y lo observa con detenimiento, como si fuese una joya, comparada con sus viejos y oxidados AK. Habla con otros dos hombres y acto seguido me tiran boca abajo y me atan las manos a la espalda, me sujetan por los pies y me arrastran así hasta los camiones. No les importa que hayan piedras o arbustos con espinas, paso por encima y me araño la cara y las piernas.Me suben al camión como a un fardo de trapos, sin miramientos, todo a base de golpes y patadas, me ponen boca abajo y apoyan los pies encima, así viajamos cerca de una hora sin parar. Mis manos se duermen debido a la postura, me duele la cabeza por el golpe recibido y por la postura del cuello. La nariz me da punzadas y no puedo respirar bien por ella.

   Al final llegamos a un pequeño poblado de unas cinco o seis cabañas y me bajan del camión simplemente dejándome caer y por el mismo método de antes me arrastran hasta un cobertizo, de donde sacan unas cabras y me meten dentro.

   Por entre las rendijas de las tablas y ramas con las que está construida la choza veo que queda un hombre de centinela a la puerta, el resto se dispersa por el poblado. Me doy la vuelta con dificultad. El olor a excrementos de cabra es penetrante y acido, el suelo está lleno de hormigas que pronto suben a mi ropa e invaden mi cuerpo clavándome sus mandíbulas con saña. Intento serenarme y pensar de manera clara, he sobrevivido hasta ahora, que no es poco, pero tengo el futuro muy negro, esta gente cree que soy americano y puede que valioso y eso me dé una oportunidad de seguir con vida.

   La he liado bien gorda; Tarkus tendrá un cabreo monumental, he perdido la radio satélite, indispensable para salir de aquí, los he dejado tirados en medio de la nada y yo metido en un lío del demonio, desde luego que a veces debería quedarme en mi casa. Ahora lo mas seguro que esta gente venga de un momento a otro y me pegue un tiro y termine siendo comido por los buitres. A tomar por culo todo por esta jodida suerte mía. Y no queda ahí la cosa, porque Tarkus montará una operación de rescate para localizarme y sacarme de aquí y eso pondrá a los UTAR otra vez en peligro.

Tengo un chichón como un huevo en la cabeza. Me he tenido que romper algo en la muñeca porque me duele cada vez más. Si no tengo el tabique nasal roto será un milagro y además me escuecen las rodillas, los muslos, los hombros y las caderas de los arañazos que me han producido los cafres estos al arrastrarme.

Veo algo que brilla cerca de mí entre la basura que llena el suelo y me arrastro hasta aquello comprobando que es un trozo de cristal de una botella. Me retuerzo tumbado hasta que mis manos consiguen sujetar el astillado vidrio y a duras penas lo coloco en una posición idónea para poder cortar la cuerda que me sujeta las manos. Muy despacio voy frotando el filo contra la atadura y me desespero al comprobar que tras un buen rato apenas he desollado la capa superficial. No importa, sigo insistiendo.

   No sé si llevaré una hora o dos, pero esto no se corta, me duelen los dedos de sujetar el cristal, pero tengo que seguir, mientras pienso que es posible que hayan mas trozos en el suelo, así que comienzo a remover el suelo con los pies mientras insisto en mi tarea.

   De pronto empujan la puerta y entra un hombre del que solo veo al principio su silueta muy delgada, se acerca y me pregunta en un español muy rudimentario:

-Traigo agua para ti; ¿Eres tu español o espía americano?

-¿Hablas español?; yo soy español, espera no te vayas, ayúdame, no soy espía americano, soy casco azul español.

-Tú no casco azul; aquí no casco azul hace muchos años.

- Vale, soy de un equipo de rescate que busca a un periodista italiano.

-¿Periodista italiano?, Tu no italiano!; ¿Porqué tu buscas italiano rescate?

-Porque él es amigo, Italia y España son amigos. Solo quiero rescatarlo, no luchar, no soy espía.

-Aquí nadie amigo, aquí guerra larga en tiempo. Italiano en otra facción no amigos nuestros. Tu equivocar. Mi jefe quiere matarte porque dice tu eres espía.

- Ayúdame tío, tú puedes explicarle que yo no quiero luchar, no quiero matar a nadie, solo rescatar al italiano.

-No quiero tener lío, no quiero…..castigo por hablar contigo.

-¿Dónde aprendiste a hablar español?

-Yo embarqué en barco español atunero. Ellos, la tripulación muy buenos conmigo, buen trato conmigo, yo muy agradecido.

-Pues devuelve el favor y ayúdame, habla por mí con tu jefe.

-¿Cómo te llamas?

-Juan, ¡Y tú?

-Yaseff, ¿de donde de España eres?

-De Málaga.

-¡Ah, yo amigo en Málaga, amigo de mi padre!; cruzó el mar y ahora trabaja en construcción. Bueno, veré al jefe y quiere hablar contigo y yo podré ayudar.

-Gracias Yaseff…

   El hombre le da de beber un poco de agua y lo mira con cara de miedo, después se marcha.

   Sigo buscando entre los excrementos de cabra otro trozo de vidrio que me sirva para cortar mis ataduras. Al final encuentro uno que parece tener mas filo. Comienzo la difícil maniobra de colocarme encima y sujetarlo con la punta de los dedos para alcanzar la cuerda.

   Un buen rato mas tarde parece que mi insistencia empieza a dar frutos y siento hilachas sueltas donde, casi con los dedos dormidos, sigo frotando el cristal.

   Nuevamente empujan la puerta y dejo de golpe mi trabajo intentando disimular. Esta vez entran cuatro hombres no muy diferentes a Yaseff, me levantan de un tirón, arrastrándome hasta la calle. Seguimos por un camino de tierra hasta un edificio de ladrillo mal enfoscado y encalado, con un tejado de chapa ondulada. En la puerta hay un soldado con un CETME muy viejo que al pasar me mira con indiferencia.

   Una vez dentro, me llevan a una sala donde hay un tipo mejor alimentado que los demás, sentado tras una mesa escritorio. El mobiliario es espartano, con muebles viejos muy desgastados, decorados con otros dos soldados armados y con pinta de oficiales.

   Me plantan delante del que parece el jefe, el tipo grueso, que suda copiosamente.

Tras de mi entra Yaseff y se coloca a mi lado; en su cara se lee el miedo. El gordo empieza a hablar muy rápido como si estuviera cabreado y quisiera acabar con esto rápido.

   Todos miran a Yaseff cuando el jefe termina su charla y él visiblemente nervioso comienza a traducirme a trompicones:

-Juan, estás en una especie de…

-¿Juicio?

Si, juicio militar. Mi jefe, Adin Ahmed, Dice que eres un espía de los americanos y serás entregado a nuestro líder el gran señor Mohamed Siadi. El castigo por espionaje es pena de muerte. Si confiesas tus intenciones al venir aquí, el señor Ahmed hablará para que te rebajen a cadena…..

…Perpetua. Estáis locos. ¿Cómo podéis hacer esto; un juicio así? Pero…

¿quieres tu que traduzca lo que tu hablas?

No, no…espera. Dile que yo no soy espía, que solo vengo a rescatar a un periodista. En el mundo civilizado….no, dile que en Europa los periodistas son respetados y no son…. 

Juan, el periodista y tú también habéis venido a nuestro país sin nuestro permiso, nadie os ha llamado. Os metéis en nuestros asuntos y por eso sois espías.

¡Joder!, sois cabezones.

Tú no entiendes cultura aquí, la política en Somalia es distinta.

Ya lo sé, y no voy a opinar sobre ello porque si no me podrían matar aquí mismo. Este país se muere de hambre mientras que unos cuantos tiranos viven a lo grande. Es la misma historia que se repite en muchos países y en todas las épocas. Vaya mierda de política….

Tendré que traducir…

¡Pues traduce!, si da igual, o me matáis o me encerráis para pedir un rescate, que será lo mas seguro, porque os dedicáis a eso, ¿no?. Sois terroristas, mercenarios, traficantes de personas.

   El jefe comienza a hablarle a Yaseff imperativamente y él le da explicaciones, posiblemente de lo que yo estoy diciendo, porque acto seguido, uno de los soldados que me custodia me propina un culatazo en el costado que todavía me duele. Me deja sin aire y caigo al suelo retorciéndome por el dolor.

   Adin Ahmed sigue dando voces mientras me arrastran y golpean brutalmente hasta la choza donde me vuelven a meter.

   Sangro por la boca y la nariz. Me duele la cabeza y el muslo izquierdo, pero el costado me arde como si me quemaran. Calculo que tendré alguna costilla rota.

   Me acurruco en un rincón y me vence el sueño, o es posible que me desmaye, no lo sé. Perdí la noción del tiempo.

   Cuando despierto es de noche, solo oigo perros ladrar. Hace frío y estoy desnudo; al parecer, mientras dormía me quitaron toda la ropa. Estoy helado y mastico la tierra que tengo en la boca, que me habrá entrado cuando me trajeron de vuelta del juicio o cuando me desnudaron. Tirito y me duele la cabeza horrores. Intento relajarme hasta que vuelvo a dormirme.

   Al volver a despertar, el sol ya está alto en el horizonte; el frío se ha ido y a cambio hace una mañana templada y despejada. Me cuesta un buen rato desentumecerme e incorporarme. Me sigue doliendo todo, pero en cuanto puedo me pongo a buscar el trozo de cristal y en cuanto lo encuentro me dedico a la tarea de frotar las ligaduras.

   Al medio día me traen de comer una especie de gachas y un poco de agua; apenas como algo.

   Al caer la noche consigo romper el último tramo de la cuerda y soltarme. Lo he conseguido. Ahora necesito un plan de escape.

   A través de las estacas de la choza compruebo que todos se retiran a dormir y que nadie ha cerrado la choza, pensando que estoy demasiado magullado como para escapar.

   Sin pensarlo mucho abro la puerta y corro hasta una empalizada cercana y recojo ropas que están tendidas al relente. Me visto como puedo y enfilo un sendero para alejarme lo antes posible de allí.

   Llevo ya un buen tramo corriendo cuando me meto en una zona llena de unos matojos llenos de espinos largos y puntiagudos, que al ser de noche no llego a ver y cuando quiero parar, ya tengo los pies llenos de afiladas púas.

   A duras penas salgo de aquel laberinto y me siento sobre una gran roca para intentar quitármelas de los pies. Creo que lloro de dolor. El costado magullado me asfixiaba y los pies, Dios como duele. A oscuras me palpo las plantas para quitarme de un tirón cada púa.

    Paso un rato temblando de frío y de dolor en esta tarea hasta que oigo gritos a lo lejos y luces que se acercan hacia mí. Han detectado mi fuga y vienen en mi busca, pero no me encuentro en condiciones de seguir huyendo o esconderme. No se ve nada y estoy rodeado de aquellas zarzas asesinas.

   Cuando están a unos quinientos metros oigo a un perro ladrar. Como el perro encuentre mi rastro será inútil intentar la huida. No me equivoco; el jodido perro se viene derecho hasta mi y se pone a dar vueltas alrededor ladrando como un maldito delator. No sirve de nada que intente calmarlo hablándole, está cumpliendo una orden como un soldado.

   Mis perseguidores llegan de momento y me vuelven a pegar, culatazos y patadas, hasta tirarme al suelo. Con una gruesa cuerda me atan las manos y sin permitirme ponerme de pie, ( aunque no hubiese podido) me arrastran hasta un camión  que se acerca campo a través, esperan a que dé la vuelta y amarran el otro extremo de la cuerda a la parte trasera. Me llevan de vuelta hasta el campamento como ya era costumbre, como a un paquete, a rastras.

   Por suerte el trayecto es corto y la cantidad de desollones no ha sido exagerada; sangro por las rodillas, codos, caderas y la espalda.

   Me dejan en medio del poblado; estoy tan dolorido que apenas siento ya dolor; creo que he entrado en estado de shock. Me desatan y me levantan. Los hombres que me rodean se separan de mí sin dejar de apuntarme. Entonces, del edificio principal sale el jefe vistiendo únicamente unos calzoncillos y una pistola en la mano, y se dirige a mí gritando lo que seguramente serán insultos. Al llegar hasta mi, monta el arma y me pega el cañón en la nuca. Me habla con los dientes apretados y jamás he sentido la muerte tan cerca. Después de unos segundos de duda, opta por darme un fuerte golpe con el arma en la cabeza que me deja K.O.; caigo al suelo con el mundo dándome vueltas.

   Me llevan nuevamente a rastras hasta un patio trasero del edificio principal. El suelo está enlosado y aun caliente del sol de la tarde. Me amarran los pies a sendas cuerdas, pasando estas por una estructura de madera, a modo de pérgolas, perteneciente a un antiguo tejado. Tiran de ellas levantándome del suelo, quedando mis pies a algo más de un metro del suelo. La postura es incómoda; la espalda no descansa totalmente en el suelo.

   Me atan las manos y la cuerda la pasan por una argolla de hierro que hay sujeta al suelo por encima de mi cabeza.

   Estoy aterrado; medio inconsciente y tras el susto de unos minutos antes, la postura a la que me han sometido no me augura nada bueno.

   Mis guardianes, unos cinco o seis soldados, se ríen constantemente haciendo comentarios entre ellos. Les grito mandándolos al diablo y entonces dos de ellos se acercan y me patean el culo como el que patea un balón de fútbol al lanzar un penalti. Otro de ellos se acerca y se orina encima, mojándome el pecho y la cara; aquello me provoca un escozor en todas las rozaduras que ya tengo. El sabor cálido y salado de la orina se mezcla con el de la sangre y la tierra que ya llenan mi boca.

Aquello les divierte tanto que se revuelcan de risa. Así siguen un buen rato hasta que vuelve a aparecer el jefe y su comitiva. Se plantan a mi lado e inspeccionan las ataduras que me sujetan.

Entonces aparece un tipo grande y fuerte como un rinoceronte llevando en la mano un palo de unos sesenta centímetros de largo parecido al mango de una azada. Me quedo helado cuando compruebo que en uno de sus extremos lleva enrollado un alambre de espinos laminado, de ese que se clava y se engancha antes que lo toques.

   Adin Ahmed da órdenes y varios soldados salen del patio mientras otro corta un tramo de cuerda que ha sobrado al atarme los pies. Alguien trae una escoba vieja y separándome las piernas, me atan con las cuerdas los extremos a los tobillos, quedando con estas separadas. Mi postura es muy evidente y el pánico termina apoderándose de mí. No tengo ya apenas fuerzas para defenderme y finalmente me resigno a esperar lo peor. Las lágrimas comienzan a correr lentamente por mis sienes.

   Cuando aquel tipo grande recibe la orden de comenzar el castigo, se acerca a mi y lo que en un primer momento es una sorpresa, un segundo después se convierte en una explosión de dolor tan horrible que quiero gritar y mi aliento no llega a las cuerdas vocales. Temiendo por mis partes mas intimas, es un alivio comprobar que aquella maza espinosa tiene por objetivo las plantas de mis pies. Pero las púas desgarran sin piedad la carne haciéndome levantar del suelo Aquella bestia de negro parece tener mucha prisa, porque no deja tiempo entre golpe y golpe, indistintamente a uno o a otro pié, con saña, con mala leche. Cada golpe es como una descarga eléctrica que me atraviesa el cuerpo hasta llegarme a la nuca. Tras unos minutos interminables en los que grito, lloro, me orino encima y araño las losas de barro cocido hasta astillarme las uñas, Al final pierdo el conocimiento y caigo en un profundo pozo que da vueltas en mi cabeza.

-Pandilla a pájaro negro.

-Aquí pájaro negro. Completado el lote. Un paquete se ha entregado a unos cuarenta kilómetros de vuestra posición. Cuadrícula ciento treinta y dos.

- Interrogo si está en buen estado.

-Creemos que es afirmativo, desplegó el de emergencias.

-Bien Pájaro negro, la pandilla sigue adelante. No tenemos comunicación satélite. Próxima comunicación según instrucciones vía radio. Tras cumplir el objetivo intentaremos recuperar el último paquete.

-Recibido Tango uno, suerte y corto.

-¿Ahora que hacemos?

-Está claro que se nos ha jodido la cosa, Beckett, pero lo primero es cumplir la misión.

-Podíamos ir un par de tíos a buscarlo y…

-No, no. Necesito a todo el equipo para el rescate.

-Si, pero si nos damos prisa y seguimos la dirección en la que cayó….

-No insistas Warlord. Primero el italiano y después buscamos a Doble J.

-¿Y sin la radio satélite como nos la apañamos?

- En las instrucciones del plan de rescate hay un punto de extracción y un horario fijado. Si estamos allí con el italiano y el pájaro se lo lleva, nos puede traer otra radio y dedicarnos a buscarlo. Fernando, ¿Cuántas baterías de radio tenemos?

-A dos por cabeza, son diez.

-Bien, pues todas las emisoras apagadas hasta que sea necesario y tu dejarás la tuya abierta por si Doble J. está lo bastante cerca como para recibir la señal portadora.

-De acuerdo.

-Espero que haya tenido suerte, Doble J es un tío con recursos y sabrá salir del trance.

-Suerte perra…

-Bueno, a por el reportero, después buscamos a nuestro hermano y todos para casa, ya sabéis que no dejo a nadie atrás.

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